En 80 hectáreas de vibrantes colores naranjas, morados, blancos y rojizos, se encuentra la señora María del Consuelo Juárez Castillo, de 83 años. Con un sombrero redondo y un cubrebocas para protegerse del frío, María observa cómo su hija Paty y su esposo Francisco Contreras reciben a los visitantes del Festival de las Flores en Doxey, Tlaxcoapan. Ellos cortan manojos de cempasúchil, mientras el dulce aroma de las flores llena el aire.
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Familias de Ciudad de México, Estado de México y varios municipios de Hidalgo llegan atraídas por la oferta de flores. Los precios varían: 80 pesos por un manojo de cempasúchil, 120 pesos por la manita de león y 70 pesos para variedades como molitos, crisálidas, nubes y girasoles.
La labor de los floricultores comienza en mayo. Francisco, de 48 años, comparte su experiencia: “Antes, mi suegra rentaba el terreno, pero decidí sembrar por mi cuenta. Me da gusto que la gente venga a visitarnos”. Por su parte, Paty resalta la importancia de la tradición familiar: “Mi mamá sembraba para el consumo familiar. Ahora, cultivamos para que muchas familias adornen sus altares”, dice mientras saluda a los turistas.
El proceso del cempasúchil comienza con la preparación de un almácigo en junio. Después, se trasplanta en agosto para florecer a finales de octubre. El riego se realiza con aguas negras del Valle del Mezquital, y se llevan a cabo hasta cuatro deshierbes junto con la aplicación de fertilizantes.
El cultivo de la manita de león y la nube requiere más tiempo, por lo que la siembra inicia en mayo. Paty y Francisco sienten un profundo orgullo por el Día de Muertos, una tradición que sus padres les enseñaron a respetar y continuar.
En Doxey, al menos 70 campesinos trabajan en 90 hectáreas cultivando flores para la celebración del Día de Muertos. Sin embargo, enfrentan desafíos como la sequía y el exceso de lluvia que afecta sus parcelas. Mientras tanto, doña María disfruta del bullicio de los turistas, quienes piden alimentos locales y posan para fotos con catrinas.
Lucía Díaz, visitante de Ciudad de México, expresa su satisfacción al ver el esfuerzo de los campesinos: “Es una tradición hermosa que no se debe perder. Venir al campo es una experiencia única”.
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A un lado de la carretera, Elodia Gudiño Mendoza teje mientras supervisa su sembradío. Junto a su esposo Cándido Pérez, continúan la tradición familiar de la floricultura que comenzó con su suegro. “La venta de flores es nuestro sustento y cada año tenemos que sembrar, a pesar del clima”, afirma Elodia.
Los floricultores, aunque no poseen la tierra que cultivan, deben compartir sus ganancias con el propietario. A pesar de las dificultades, el amor por la tradición y el trabajo en el campo perduran en Doxey, donde las flores son mucho más que simples adornos: son un legado de amor y dedicación.